martes, 11 de diciembre de 2018

Navidad en manga corta

Esa mañana, he caído en la cuenta de que hace días estoy intentando hacerme a la idea de que hemos entrado en el tiempo de Adviento. Tiempo anterior a la Navidad, donde la voz de los profetas intenta no pasar desapercibida. Paseando de vuelta del trabajo, he sido consciente, al ver el espumillón en uno de los innumerables puestos de la calle, del momento privilegiado de la Encarnación, y de lo que supuso hace ya unos cuantos siglos. Y, sin embargo, mi cuerpo y mis emociones no reaccionaban a ello.

La historia de cada uno y lo que hemos vivido se queda como huella imborrable hasta en los olores.

Navidad para mi era invierno, frío y final de trimestre. Llegar a casa por la tarde ya anocheciendo y terminar prácticamente las comidas con un trozo de turrón o polvorón en la mano. Tiempo donde el ambiente ayuda a pensar en los demás de una manera especial y de planificar las visitas correspondientes.

La manga corta que llevo ahora y la ropa de verano unida a los 33 grados a la sombra, me impiden armonizar mi historia con la realidad que vivo. Y sin embargo, ahora más que nunca vivo tiempo de adviento y de profetas. Tiempo de desierto y de búsqueda de sentido en un país que lucha contra su desesperanza. Tiempo de los que no tienen casa ni acogida y que emigran de sus “egiptos” buscando futuros inciertos.

En manga corta observaba esta mañana en la calle a las mujeres que no saben de perfumes pero sí de ternura derrochada en los hijos que maman y que anhelan sacar adelante. Las veo con las mismas ropas colgadas para vender en los alambres día a día y como su espacio entiende mejor que nadie el tiempo de Dios. Esperan. Se esperan. La Encarnación no entiende de estaciones. Es curioso como nosotros la hemos cercenado de esta manera. Era difícil para mi pensar en verano en un tiempo de desierto y de visitación… Y sin embargo Dios me sorprende bajo el calor sofocante otra vez. Me recuerda que los tiempos son de Él, y que Su venida es siempre para aquel que espera vigilante.

Esta tierra ha de ser Tierra de Venida y en nuestras manos está el contemplarla así. Haití, como profeta, sabe que grita en el desierto, y nos des-vela al que otros tratan de esconder bajo posturas falaces. Es una Voz que clama desafiando la humanidad que sigue en su invierno. Haití no calla.

Yo, ahora sí, sacaré el turrón de la nevera para no olvidar los sabores entrañables, turrón venido de España y acogido como oro y mirra. Llega Navidad y ya no me olvidaré de contemplar los más pequeños detalles a los que me invita a mirar este “profeta”.

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