No termino de acostumbrarme a ese ritual, que por sorpresivo, me parece especial. La primera vez, no sabía muy bien qué era. Entre el idioma, (el “creol”, ese otro reto haitiano que tengo por delante y del cual ya me voy enterando un poco, a Dios gracias), y lo que voy viviendo en el día a día, me pareció algo que, por extraordinario, no me lo podía creer. Pero sí, efectivamente estaban cantando el cumpleaños a una señora, después de realizar una bendición compartida, al finalizar la eucaristía.
Y digo que no
termino de acostumbrarme, porque todos los días, se hace esa llamada antes de
la bendición final y despedida. El sacerdote, con cara sonriente pregunta: “¿quién
celebra hoy su aniversario?” Y siempre hay alguien que cumple años, o que
necesita de ella porque ha regresado después de tiempo al pueblo… Entonces, esa
persona, se acerca al altar, se arrodilla sencillamente y todos lo que estamos allí,
compartimos la oración de bendición de
la vida que se le hace, con un gesto, que a mi me parece precioso, como es el “posar”
la mano sobre su cabeza, imaginando que le llega ese halo del Buen Espíritu que
siempre está y que quizá en ese momento, se hace más presente. Todos sonreímos
con ella después… es curioso.
Creía que Facebook
era la última herramienta tecnológica, además de las multinacionales que ya
tienen todos tus datos, que recordaba los cumpleaños. Y me hacía gracia, pues
también era una manera de acercarte a la persona o por lo menos tener un fugaz
instante de recuerdo… Pero reconozco que últimamente, y sobre todo cada día, lo
que “siento” es eso que dice Dolores Aleixandre en uno de sus múltiples
artículos y que me hizo tanto bien cuando lo leí en su momento: ella afirma que
la frase “a los hombres de buena voluntad” es una traducción tergiversada de la
real, “eudokia”, que es “bien parecer, caer en Gracia”. Es decir, a Dios le
caemos en gracia, todos… Y no solo “los hombres de buena voluntad”, como
decimos siempre. Y porque le caemos en gracia, “necesita bien-decirnos”, “necesita”
que nos lo digamos unos a otros para sentirlo. Pues eso es lo que
sencillamente, en esa iglesia ruinosa a la que vamos, se hace todos los días.
Me encanta ese
momento y no sé porque no lo “exportamos” de este pueblo. Esa es la verdadera
Eucaristía, compartir la vida, sin más, y celebrarla deseándole todo el bien del mundo.
¡¡Muchas
felicidades a los que celebráis!! Ya contáis con “mi bendición”, ¡¡os lo
aseguro de corazón!!
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