sábado, 20 de enero de 2018

Entre platos...

Se llama Diana. Haitiana de pies a cabeza. Tiene 34 años y dos hijos. Hasta aquí su biografía, breve… porque hay más, claro. Historia profunda, que no es enigma sino Misterio. Tal cual.
Se empeñó en venir el domingo también a cocinar. No le tocaba, es su día de descanso, pero se empeñó. Y todo porque en una conversación sobre el mercado y las compras, queríamos hacer “Grylló” con el correspondiente acompañamiento de bannann salad. Yo he “aprendido” a hacerlo en los días de Puerto Príncipe porque me gusta la cocina, me encanta ese plato y Leide además, amiga que vivirá con nosotras un tiempo, se empeñó en que aprendiera para empezar a tener autonomía en ese espacio de olores y compañías que tanto hace. Eso es sabiduría.
Me llevo muy bien con Diana. Se ríe de mi “palabrería”, ya que nunca termino una frase bien hecha, y creo que le hace gracia y agradece al mismo tiempo, que hayamos venido a su país, porque lo ama con locura y quiere que lo amemos también los que llegamos de lejos.
Y aquí se presentó el domingo, y me dijo “ya estoy aquí, tú me dices en qué te ayudo”. Como podéis comprender, mi cara fue de sorpresa, pues yo estaba convencida que iba a ser lo contrario. Imaginaos a una españolita, recién llegada, haciendo un plato de aquí con una haitiana. Es como si ella fuera a Valencia y en los primeros días hiciera una paella a unos valencianos mientras ellos “la ayudan”.
Pero así fue. Se puso a mi lado, “¿qué quieres que haga?”, preguntó, “¿por dónde quieres que empecemos?” ¡¡Ella!! Cuando le dije, “no dime tú”, contestó: “no, no, yo he venido para ayudarte…”
Así que nos pusimos manos a la obra. Troceamos el Kochòn (cerdo), partimos los limones (aquí son chiquititos) y pusimos mucha sal gorda… Y seguimos con todo lo demás. Estaba claro –por las caras que ponía- que ella lo hacía distinto, y dejándome llevar, fuimos incorporando detalles a ese plato que, lógicamente, conoce muy bien.
Con muchísima delicadeza me iba indicando cómo quedaría más sabroso, más suculento, cómo le gustaría más a las demás. Pero siempre “pidiendo permiso”, como si temiera romper la receta –o ilusión- del otro.  
Ese día se quedó a comer con nosotras. Nos reímos disfrutando de ese plato que con tanto cariño estaba hecho.
He rezado mucho ese momento de cocina, conversaciones de vida compartida a medias palabras, y humildad sin interpretación que la tergiverse. “Aceptar” que el que viene nuevo y sin experiencia, te cambie “lo tuyo” sin problema, “darse” continuamente para que el domingo comamos igual de bien que el lunes, y sentarse a la mesa para compartir lo que hay. Se necesita mucha categoría para hacer eso y hacerlo así. Cuánto me ha enseñado en una mañana… Y a cuanta gente me has llevado a recordar hoy, Diana, que se ha cruzado en mi camino y que es como tú. Personas con las que he compartido ratos de cocina a horas y a deshoras, mesa, mantel y mucha complicidad…

Gracias, otra vez, por venir el domingo a cocinar “conmigo”.  

2 comentarios:

  1. Encantador momento vivido. Un gran ejemplo de humildad y sobre todo de ausencia de soberbia. Ha venido a ayudarte. No a enseñarte. Mucho que aprender tenemos en esas actitudes. Y más aun en nuestro primer mundo.
    Gracias por compartirlo Josela. Un abrazo y sigue disfrutando y compartiendo con nosotros.

    ResponderEliminar
  2. Gracias Josela!!! Un saludo desde Honduras!

    ResponderEliminar

Ya estamos todos

Referentes Vs influencers

 Hoy me decía una persona que necesitamos "referentes". Y lo hacía en medio de un diálogo sobre lo que significa la educación y la...