Se llama Diana. Haitiana de pies a cabeza. Tiene 34 años y dos hijos. Hasta
aquí su biografía, breve… porque hay más, claro. Historia profunda, que no es
enigma sino Misterio. Tal cual.
Se empeñó en venir el domingo también a cocinar. No le tocaba, es su día de
descanso, pero se empeñó. Y todo porque en una conversación sobre el mercado y
las compras, queríamos hacer “Grylló” con el correspondiente acompañamiento de bannann
salad. Yo he “aprendido” a hacerlo en los días de Puerto Príncipe porque me
gusta la cocina, me encanta ese plato y Leide además, amiga que vivirá con
nosotras un tiempo, se empeñó en que aprendiera para empezar a tener autonomía
en ese espacio de olores y compañías que tanto hace. Eso es sabiduría.
Me llevo muy bien con Diana. Se ríe de mi “palabrería”, ya que nunca
termino una frase bien hecha, y creo que le hace gracia y agradece al mismo
tiempo, que hayamos venido a su país, porque lo ama con locura y quiere que lo
amemos también los que llegamos de lejos.
Y aquí se presentó el domingo, y me dijo “ya estoy aquí, tú me dices en qué
te ayudo”. Como podéis comprender, mi cara fue de sorpresa, pues yo estaba
convencida que iba a ser lo contrario. Imaginaos a una españolita, recién
llegada, haciendo un plato de aquí con una haitiana. Es como si ella fuera a
Valencia y en los primeros días hiciera una paella a unos valencianos mientras
ellos “la ayudan”.
Pero así fue. Se puso a mi lado, “¿qué quieres que haga?”, preguntó, “¿por
dónde quieres que empecemos?” ¡¡Ella!! Cuando le dije, “no dime tú”, contestó: “no,
no, yo he venido para ayudarte…”
Así que nos pusimos manos a la obra. Troceamos el Kochòn (cerdo), partimos
los limones (aquí son chiquititos) y pusimos mucha sal gorda… Y seguimos con
todo lo demás. Estaba claro –por las caras que ponía- que ella lo hacía
distinto, y dejándome llevar, fuimos incorporando detalles a ese plato que,
lógicamente, conoce muy bien.
Con muchísima delicadeza me iba indicando cómo quedaría más sabroso, más
suculento, cómo le gustaría más a las demás. Pero siempre “pidiendo permiso”,
como si temiera romper la receta –o ilusión- del otro.
Ese día se quedó a comer con nosotras. Nos reímos disfrutando de ese plato
que con tanto cariño estaba hecho.
He rezado mucho ese momento de cocina, conversaciones de vida compartida a
medias palabras, y humildad sin interpretación que la tergiverse. “Aceptar” que
el que viene nuevo y sin experiencia, te cambie “lo tuyo” sin problema, “darse”
continuamente para que el domingo comamos igual de bien que el lunes, y
sentarse a la mesa para compartir lo que hay. Se necesita mucha categoría para
hacer eso y hacerlo así. Cuánto me ha enseñado en una mañana… Y a cuanta gente me
has llevado a recordar hoy, Diana, que se ha cruzado en mi camino y que es como
tú. Personas con las que he compartido ratos de cocina a horas y a deshoras,
mesa, mantel y mucha complicidad…
Gracias, otra vez, por venir el domingo a cocinar “conmigo”.
Encantador momento vivido. Un gran ejemplo de humildad y sobre todo de ausencia de soberbia. Ha venido a ayudarte. No a enseñarte. Mucho que aprender tenemos en esas actitudes. Y más aun en nuestro primer mundo.
ResponderEliminarGracias por compartirlo Josela. Un abrazo y sigue disfrutando y compartiendo con nosotros.
Gracias Josela!!! Un saludo desde Honduras!
ResponderEliminar